Las personas solemos marcar hitos en nuestros calendarios y en base a eso vivimos nuestros días... Que viene el 18, que se acerca la navidad, que el año nuevo, cumpleaños varios; incluso y a menor escala los hay quienes esperan con fervor el finde o los viejitos cuyas expectativas están en pasar agosto.
Da la sensación que el resto de los días o meses fuesen vacíos, un simple relleno sin sentido. Tendremos suerte si alguno de estos días es promovido y se gana una marquita roja en el calendario.... Estos hitos son como un punto de inicio al que siempre deseamos o esperamos volver. También existe el otro extremo, ese en que se rehuyen las fechas de gran connotación.
Claramente no se trata de que todos los días sean especiales, el cuerpo y la mente no resistirían tal estado de excitación permanente... es parte del sano equilibrio que debemos tratar de mantener.
Existe una teoría que explica esta falsa percepción de la que hablaba en un comienzo: mientras nos hacemos mayores la cantidad de cosas nuevas que vamos experimentando son cada vez menores contrario a los niños, cuyos días están llenos de descubrimientos. El caer en la rutina, que muy pocas cosas nuevas capturen nuestra atención; crea la ilusión que el tiempo pasa más rápido como efecto de la inercia en la que nos encontramos a veces sin darnos cuenta.
Ahora con mis 26 recién cumplidos, estoy acusando recibo de tal efecto, pero también se que me quedan hartas cosas nuevas por vivir y que lo ideal es tratar de encontrar y maravillarse un poco cada día con esas experiencias que nos parecen simples y banales.